Crítica, jueces y calvados

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Uno de los personajes más citados de la historia de las ideas utilitarias, el doctor Johnson, dijo una vez que «juzgar a los poetas es exclusivo privilegio de los poetas, y no de todos sino de los mejores». Pero si hubiésemos de creer tan enorme afirmación, habríamos de aceptar igualmente (echen ustedes sus cuentas y verán) que también es exclusivo privilegio de los poetas juzgar a los críticos de poesía, y tampoco de todos sino de los mejores. Vaya, que de los novelistas ni hablamos.

Para no hacerlo personalmente dejará servidor a Eliot (que parafraseaba a Herbert Read) el siempre grato placer de contradecir al listo de la clase: «Si el crítico literario es además poeta… se expone a sufrir ante dilemas que no turban la filosófica calma de sus más prosaicos colegas».

¿Y entonces?

Pues servidor no sabe. Recuerda que, hace algunos años, uno de tantos críticos poetas, al fin y al cabo no muy celebrado y poco o nada propenso a sufrir dilema alguno, creyó haber resuelto el litigio respondiendo -en realidad a la afirmación de Tsvietaieva de que «la primera obligación del crítico de poesía es la de no escribir malos versos»- que «capacidad crítica y capacidad autocrítica no tienen por qué ser paralelas. La obra de los demás la vemos de distinta manera que nuestra propia obra». No le hicieron ni caso, claro, porque una cosa así sólo puede decirse si se carece de autocrítica.

Vale. Todo esto viene a cuento de defender el derecho de un servidor a ejercer la crítica con independencia de si es o no es escritor. Y eso porque está hasta aquí de oírle más o menos la misma tontería a cada nueva generación de escritores y artistas:

– Creo sinceramente que la esencia de un crítico es la del quiero y no puedo…
Off course! Ningún niño le dice a su madre que de mayor quiere ser crítico.

Ta, ta, ta, ta, ta… Pues un clásico que a servidor le cae muy bien, Dioniso de Alicarnaso, dijo muchísimos años antes que «el hecho de que carezcamos de la capacidad de un Tucídides o de otros autores no nos priva del derecho a estudiarlos. Como tampoco los que no poseen las mismas facultades que Apeles, Zeuxis, Protógenes y otros famosos pintores tienen vedado juzgar su arte, ni escultores de menos valía hacerlo con las obras de Fidias, Polícleto y Mirón. Excuso decir que a menudo el profano no es peor juez que el artista tratándose de sensaciones innatas y de emociones, y que justamente todo arte pone la mira en tales criterios y se basa en tales principios.» Así habló Dioniso, cree servidor que con buena y prudente cabeza, para mostrar lo fácil que resulta refutar la recurrente (y como se ve antiquísima) queja de marras. Pues ni por esas. Cada tanto vuelven con el sonsonete…

Sí hay una cosa que debe exigirse a todo crítico, a saber: que tenga lenguaje y conocimiento suficientes para abordar el estudio del autor del que habla. Pero en absoluto que practique el arte de su interés, ¡y encima con maestría!

Otra cosa sería como suponer que el honesto lo es de resultas de su fracaso como delincuente. Podríamos entonces desautorizar a cualquier magistrado que nunca hubiese cometido un buen asesinato, y sólo podríamos considerar una sentencia si nos consta que viene avalada por un juez con una larga carrera plagada de sangrientos y aparatosos crímenes. ¡Santo cielo!

Va servidor a tomarse otra copita de Père Magloire, porque le está entrando un ataque de pánico.

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