Un debate

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Andan las cosas, las cosas públicas, de tal modo revolucionadas últimamente que ni siquiera servidor, que tiene asegurado un mejorable futuro, consigue dormir todo lo bien que debiera. Antes de ayer, sin ir más lejos, se despertó sudando en mitad de la noche porque no podía dejar de soñar que había desguarnecido el Báltico. Y ayer no pegó ojo imaginándose a sí mismo en ropa interior, espada en mano y con un euro grande por escudo, al frente de las tropas españolas defendiendo a Francia y Alemania de los ataques de los mercados.

— ¿El mar Báltico?
— Especialmente los puertos de Tallinn y Gdynia, sí.

Por eso servidor estaba pensando que, tal y como está el mundo de trastornado, y habida cuenta del descrédito que por esto o por lo otro parece estar siempre ensombreciendo el rudo, viejo y noble arte del pugilismo político, a lo mejor no sería una mala idea que Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy Brey celebrasen un debate televisado.

Para que no hubiese tensiones ni cupiesen desconfianzas, el evento podría organizarlo la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión, y moderarlo Manuel Campo Vidal, reconocido y respetado réferi. Por supuesto no se escatimaría en gastos. Incluso se podría invitar a Concha García Campoy para que, al final y a modo de pulpo Paul, señalase con un beso oracular al futuro presidente.

Un debate, además de ser un acontecimiento esclarecedor y hasta ansiolítico que contribuiría en grandísima medida al buen dormir de los votantes, siempre anima al electorado a centrarse en lo que se tiene que centrar en vez de andar revoloteando en los peligrosos márgenes de la oferta y, por consiguiente, le interesaría a ambos: pegador o fajador.

Comprende Servidor que los candidatos no podrían hablar de todo, e incluso que no es conveniente que hablen de todo. Pero eso se pacta o se olvida y asunto arreglado:

— Nada de hablar de corrupción.
— Hecho. Si acaso luego, en la calle.
— Vale.
— Ni de las autonomías.
— Ni una palabra. ¿Y de la memoria histórica?
— ¿Otra vez? Quita, quita. Además no nos va a dar tiempo.
— ¿Y de Europa?
— ¿Cómo? ¿Pero las elecciones no son aquí?
— Es verdad, qué tontería, perdona.

Los españoles no somos difíciles de contentar y nos hacemos cargo de que hay cosas que deben pasar a un segundo plano cuando se trata de salvarnos.

Pero, sobre todo, servidor defiende la pertinencia de un debate público para que Rubalcaba pueda despejar dudas y demostrar claramente que con sólo unos pocos votos más haría una oposición impecable, y para que Rajoy pueda desmentir de una vez ese enojoso rumor que dice que si va a ganar las elecciones es porque ha presentado el mejor programa.

Ustedes piénsenlo un poco, y si están de acuerdo con un servidor en la necesidad de un cara a cara entre los líderes de los dos grandes partidos en liza, firmamos una petición y a ver si por una vez hay suerte y nos hacen caso.

— ¿Pero el mar Báltico, mar Báltico?
— Que sí, Pangur, pesado.

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