El día después

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Ya va teniendo servidor una lista de temas de los que quería hablar, pero que se le van quedando viejos por culpa de esta época de sobresaltos. Por ejemplo, la poesía. Si la situación siguen así no va a poder servidor hablar de poesía hasta marzo de 2013, y eso considerando que acontecimientos no previstos, tales como una invasión extraterrestre o el nombramiento de Juan Manuel de Prada como ministro de cultura, no lo retrasen aún más. En fin, que ese proverbio chino que dice que no es buena cosa vivir en tiempos interesantes podría no ser tan chino.

Es que no es fácil centrarse en los propios asuntos cuando los públicos interfiere con ellos permanentemente. Y tampoco sería de recibo que un servidor no advirtiese a sus lectores de que el señor Rajoy ha ganado las elecciones por mayoría absoluta, o de que ha hecho un discurso que, tradicionales expresiones de la derecha clásica a parte, no contenía sapos ni culebras y sí las palabras «solidaridaridad» y «proporcionalidad», lo que es una novedad, cuando menos teórica, que merece ser reseñada. Sabemos los españoles que con esta crisis no va a acabar el señor Rajoy en cuatro días, así que no sabemos qué será de nosotros ni cuando se podrá volver a fumar en los bares, eso no ha cambiado, pero sí sabemos (y es tranquilizador) que se terminará de inmediato la histeria patria, eso el señor Rajoy lo ha dicho muy claro. «De posturitas y manías, nada», ha dicho.

La histeria patria, que es una especie de fiebre que nos entra a los españoles según nos vamos calentando, se manifiesta mejor cuanto más cerca estamos de nuestros objetivos, por ejemplo antes de las finales de fútbol o en las jornadas electorales, pero siempre está ahí, agazapada.

Típico ejemplo de histeria patria es, entre otras excentricidades, regañar a los niños que hablan de política durante las jornadas de reflexión y voto o no permitir a los ciudadanos ejercer su derecho entre los derechos vistiendo la camiseta de los profesores madrileños contestatarios, como si los profesores madrileños contestatarios se presentasen a las elecciones, o la vestimenta del de al lado fuese realmente a influir en nuestra intención de voto más que la ausencia de sensatez de un guardia municipal o la presencia de niños en el colegio de turno. Ha ocurrido en un par de mesas de la capital, lamentablemente. Servidor votó detrás de una señora que llevaba la medalla de la Virgen de la Encina por fuera del abrigo, lo que ni escandalizó a nadie ni disuadió a servidor de introducir en la urna el voto que traía ensobrado de casa. Y, ahora que lo piensa, las monjas votan vestidas de monja, ¿no?

También ha ocurrido que en Valencia le han impedido a una señorita, contraviniendo la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, presentar una queja en la mesa electoral contra el método d’Hondt y el sistema de recuento por circunscripciones que hace que la suma de votos no arroje el mismo resultado aquí que allá. No sabe servidor qué miedo podría darles la señorita y su reclamación a los circunstanciales funcionarios decididos a impedírsela, porque en Magaz de Abajo servidor presentó la suya (de signo seguramente idéntico a la de la señorita valenciana) sin ningún problema, y tanto la presidenta como los vocales estuvieron amabilísimos con un servidor. Pero claro, Magaz de Abajo es lo que es, y Valencia otra cosa.

Quizás, amilanados por cierta circular al respecto emitida a toda prisa por la Junta Electoral Central en la que capacitaban -como si pudieran hacerlo- a los presidentes de mesa para llamar a las fuerzas de orden público en caso de insistencia del peticionario (aunque su actitud no fuese ni violenta ni obstruccionista), en Valencian se temieron que lo de la señorita resultase contagiosísimo mal de terroristas, y les entró la histeria patria. No había para tanto: ni la gestión de las reclamaciones es un trabajo que deshonre a nadie, ni la modificación del sistema electoral una pretensión radicalmente ácrata. De hecho, si el método de sufragio no contemplase las «ponderaciones» que en la actualidad contempla, el resultado hubiese sido el mismo, con la diferencia de que el PP, con 158 diputados, habría ganado sin mayoría absoluta, quedando el PSOE con 102, IU con 25 (y encantados, claro), CIU con 15, etc… ¿Y…? Lo primero que a un servidor se le ocurre es que, de haber sido así las cosas, a los diputados y senadores no les iba a quedar otro remedio que asistir a todas las sesiones, mientras que ahora será fácil encontrar muchos escaños vacíos en gran parte de los debates y votaciones. Y eso a un servidor nunca le ha gustado un pelo.

No está seguro servidor de que con ese hipotético dibujo decisiones como no nombrar ministro a Juan Manuel de Prada o incluso eliminar astutamente el ministerio de cultura (es sólo un ejemplo) fuesen a dejar de tomarse si se juzgasen oportunas y motivadas. De lo que sí está seguro es de que el debate político se mantendría abierto al espacio público, lo que no está en condiciones de afirmar a día de hoy.

Nota: no se debe confundir la histeria patria con la tontería postraumática. Una tontería postraumática es, por cierto, hablar de la fractura de la izquierda cuando lo único que se ha fracturado (unos cuantos huesos) es el PSOE, o echarle la culpa a los Indignados.

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