El hombre pájaro

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Ya dijo un servidor que este asunto de la moción de censura en el ayuntamiento de Ponferrada olía mal. Pero no pensaba que llegase a adoptar la forma lavativa de patética victoria pírrica que finalmente ha adoptado. Tras escuchar el creciente runrún sobre la conveniencia de sacar adelante el pacto con un condenado por acoso sexual precisamente el día de la mujer (hay que tener poco sentido de la oportunidad) y ver a sus seguidores manteando a don Samuel Folgueral, en actitud de hombre-pájaro casi premonitoria de lo que le esperaba, servidor pensó que el señor Folgueral se plegaría a la representación de autoridad de don Alfredo y haría una declaraciones sobrias y, en fin, lo menos traumáticas posibles, aviniéndose a la comedia de un momentáneo mutis para eficacia de una más digna entrada. Lo bien hecho bien parece. Debe confesar servidor que la demostración de carácter por parte del hombre-pájaro y los siete magníficos (que se han pasado por el ala la disciplina de partido, la estética política y puede que a los votantes en nombre de los votantes) tras romper la baraja le ha dejado algo descolocado, asombrado casi. ¿Era de verdad necesario que la sangre llegase al río? La madre de un servidor, doña Mari, siempre le dijo a servidor que más vale una vez colorado que ciento amarillo.

— Por Ponferrada, ha sido por Ponferrada.
— Claro, claro.

Por Ponferrada podía haberse atenido el hombre-pájaro al reclamo de ciertas sensibilidades. ¿Corría peligro si, por un instante, sólo por un instante, soltaba la pata del columpio? ¿Quizás desconfiaba de que la votación subsiguiente, una vez sustituido don Ismael Álvarez, el malo de la película, el casus belli, por quien tocara, le fuese a ser favorable? Eso quiere dudarlo un servidor, pues significaría que cada cual tiene un precio distinto, y que ni la pertenencia a un partido, ni los acuerdos, valen lo que un bastón oro y negro (¿o negro y oro?) en la mano. ¿Quizás simplemente, como buen hombre-pájaro y cantor, decidió el nuevo alcalde que una vez enjaulado no quedaba sino rimar un último y sonoro verso por la libertad sacrificada? Eso, servidor, lo duda sin querer.

Como sea, el asunto no ha mejorado. Lo que, desde que comenzó esta historia, se ha vendido como un ejercicio de responsabilidad matemática (¿ha dicho servidor «matemática»?, quería decir «democrática», naturalmente, perdón) para desbloquear una situación de gobierno en minoría, con el incentivo moral de sacar de la baraja una carta marcada por el abuso, se ha convertido en un sainete que sigue dejando al consistorio sentado sobre un barril de pólvora. Hay que considerar que tal vez si los votantes reparten sus votos de manera que dos formaciones puedan, sumándolos, obtener el poder, no lo hagan porque deseen que tal cosa suceda. Es una posibilidad democrática, sí, pero que no garantiza un apoyo proporcional de la ciudadanía (al menos de la que votó a siglas y no a personas). El hombre-pájaro ha levantado el vuelo sin salir de la jaula.

La jaula se llama IAP, pues entre el rubalcabazo a Folgueral y el folgueralazo a Rubalcaba, ganan, obviamente, esos pescadores en río revuelto que pasan a ser lo que los arquitectos llaman la piedra angular (o mejor, dado el caso, la clave y las dovelas) de un arco demasiado descolorido para aventurar cómo pinta o dónde lleva.

— Hemos librado al mundo de Ismael.
— Que sí, que sí, que ya.

De momento, hasta que las aguas vuelvan a su cauce y quien puede demuestre si mereció la pena, lo sucedido ha resultado en un espectáculo lamentable, en un ridículo pulso terminado en el suelo que dará para unos cuantos chistes a costa de la maltrecha política nacional. Da igual por dónde empecemos (por el encadenamiento al sillón de Folgueral, por el órdago farolero de Rubalcaba o por el tiro de postas de doña Carme Chacón) pues todas las versiones acaban igual, después de todo: ya veremos qué pasa cuando escampe, cui prodest, y a qué huele en Ponferrada de aquí a dos o tres meses.

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