El mundillo

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Paladea un concierto para viola y orquesta de Benjamin Frankel en vaso bajo, servidor, sin hielo, mientras escucha (sin demasiada atención) el tintineo de un Glenfiddich Rare Collection. Estamos en Magaz de Abajo. El perro Cato se ha pasado tres horas en la calle hasta que ha comprendido que a casa, con piedras en la boca, no entra nadie. Cómo son algunos seres.

El amigo Manolo ha encontrado a un carpintero y el tejadillo que cubre el paso entre una y otra entradas está ya sólo a falta de la barandilla de forja (para que cuando Martina, que es la sobrinita recién llegada, tenga edad de caerse no se caiga). Todo bien.

– ¿Has ido a la Feria?
– ¿Del libro?
– Del libro, aclara pacientemente Raquel.

Fui con Leopoldo, porque coincidíamos en un jurado. Nos divirtió pasear un rato por «el mundillo», por el medio de la calle de tierra, eso sí, sin acercarnos a las casetas (que, por cierto, no tienen más que libros), y nos encontramos con un buen montón de conocidos (sobre todo de él), demasiados.

– Raquel.
– Dime.
– ¿Tú crees que el mundillo llegará hasta aquí?
– Creo que aquí estás absolutamente a salvo, cielo.

Y debe tener razón porque aquí ha visto servidor las babosas más grandes del universo, puerco espines bañistas y hasta una mantis que ha trasmitido a su descendencia las ventajas de vivir en la cortina de tiras de plástico de la puerta de la cocina, pero no ha visto nunca críticos garciovetenses ni poetas granadinos afines haciendo encaje de bolillos con sus pequeños y heredados mundillos de madera de cepa. Y eso que ha mirado dos veces.

– ¿Haciendo amigos?
– Mujer. En algo tengo que entretenerme.
– Pues mañana tienes que acabar la escalera de la huerta.
– Oye. ¿Es cosa mía o este whisky es la caña?
– Es la caña, Suñén, es la caña; pero escóndelo que me parece que oigo a Rubén de vuelta con sus amigotes.
– Déjales, que estamos en junio, el mes de los jóvenes.
– Tú y tus etimologías. Guárdalo antes de que sea tarde.
– A tus órdenes. Mira: ya no está. Vámonos a la cama.

Frankel sigue sonando. Es una música que debió parecer extraña en algún momento, pero que ahora evoca con toda naturalidad la tragedia de ganarse una conciencia en el mundo pequeño en el que ser hombre se ha convertido. Algo que aún no le interesa a Rubén, ni a sus amigos, que enredan abajo, en la cocina, seguramente de camino a la bodeguita a ver si alargan la noche un trecho más. Se queda el disco sonando.

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