El viaje de Kentaro

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Kentaro es el nombre de un lince ibérico que, nacido en cautividad en 2013, ha recorrido, desde su suelta el 15 de diciembre de 2014, las tierras de Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Zaragoza, Soria, La Rioja, Burgos, Palencia, Valladolid, Zamora y Portugal antes de llegar al Bierzo (aseguran unos) o a Orense (corrigen otros). Errores de GPS a parte, no es su actual localización lo que nos impresiona, sino su odisea. Kentaro no ha recorrido media península enseñoreándose de su felina habilidad y fiereza, sino, a semejanza de aquellos maquis que en su día se convirtieron en el alma escondida de un pueblo, ocultándose a una realidad forjada contra él, privatizada.

En casi dos años es obvio que Kentaro habrá burlado cazadores, sorteado alambradas, esquivado trampas, resistido venenos y evitado atropellos en busca de un lugar donde ser lince no contradiga los «valores», «principios» o «tradiciones» de progreso y elegancia de ese otro extraño animal autoproclamado amo y señor de la naturaleza. Impresiona pensarlo, pero impresiona igualmente su capacidad demostrada para resistirse, y sobreponerse, a una íntima anacronía de la que es del todo inocente.

Necesitamos metáforas a falta de compromisos, según parece, como a falta de albedrío necesitan los pájaros vuelo, y no sólo aquí, en el Bierzo, que siempre fue refugio de animales mágicos y hombres y mujeres valientes (y viceversa), sino en un país (y en un mundo) dividido, como este, en el que matizar una idea, señalar una variable sobre el guión preferido, ceder para avanzar le vuelve a uno enemigo de las certezas de su cofrade. La metáfora nos salva del discurrir categórico, literal, redundante. La metáfora camina lejos de la autopista y sus luces, desenreda sendas semiolvidadas para tejer la manta de un viaje largo, muy largo. Un viaje que no terminará, ni mucho menos, el día que a Kentaro le quiten por fin ese collar cuyo funcionamiento, afortunadamente, no es del todo infalible.

Por eso a servidor le importa más saber cuántos caminos se miran y se refuerzan en el viaje de Kentaro que cuál ha recorrido o hasta dónde ha llegado o pretende llegar. Necesitamos metáforas vivas, y Kentaro, que nada sabe de papeles, fronteras, propiedades, secretos seguimientos ni lejanos satélites, que nunca exigirá la conversión en lince a nadie, lo es mejor, más, que cualquier bandera. Y lo es, simplemente, porque al verse en sazón de ser lince avanzó en virtud de su sola sustancia, porque, aun con todo en contra, no se conformó en la predicción de unos límites que trasciende, libre, explorando el inagotable significado de la geografía. Y por eso servidor, incorregible romántico, está seguro de haberlo visto escuchar la luz entre los nublados, anteayer, hoy, mañana, persiguiendo conejos por los indómitos campos de Magaz de Abajo, y, diga lo que diga el GPS, hasta en la mismísima puerta de su casa, donde (por si acaso) le va a dejar ahora mismo un platito de leche y un sobre con 20 euros.

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