En la cama

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Pangur, el gato, anda esquivo y aveloriado desde que ha descubierto, esta mañana, que lo de la profecía maya y el reinicio del ciclo cósmico era sólo una cortina de humo para ocultarnos la horrible verdad: que el mundo se acabará este mismo año. Dice que lo ha visto en el calendario, que detrás del 31 de diciembre no hay más hojas.

— N4D4,  70D0  V4  4  53R  D357RU1D0  P0R  L05  M4LV4D0S.

También ha empezado a hablar con un retintín lento y metálico y marcando mucho las sílabas trabadas, como un serrucho. Raquel dice que a lo mejor no deberíamos dejarle leer a Ruiz Zafón, ni ver a Iker Jiménez (no se pierde un programa) pero servidor cree que es puro cuento y que lo único que quiere, estando como está el día de desapacible, es echarse a los pies de nuestra cama.

— Y  Y06UR  T4M813N.  D383M05  3574R  UN1D05.

Yogur, que por suerte no habla, lo mira con cara de pelota de tenis y asiente en silencio, consciente de la gravedad de su figuración. Y Pangur lo señala con las cejas sin quitarle los ojos de encima a un servidor, que no se conmueve; al contrario: se acomoda la almohada, se remete la manta por los costados y se enfrasca en su periódico para disimular la risa; porque dan risa parados ahí como dos reclutas, fingiendo que tiemblan de miedo y tiritan de frío. Es cierto que el invierno se anuncia ya con contundencia y no le extrañaría nada a un servidor que cualquier día nevara, pero aquí en casa se está perfectamente bien, y a salvo.

— Os he dejado la chimenea bien cargadita, así que… fin de la historia.
— ¡P3R0  35  QU3  V4  4  53R  3L  F1N  D3  L4  H1570R14  Y  D3  70D0!
— Lo tomas o lo dejas, zanja servidor la conversación sin levantar la vista del diario.

Ha abrazado con fuerza su ejemplar de El Prisionero del cielo y ha salido en plan búfalo mascullando no sabe un servidor qué sobre la conciencia de un servidor. Yogur ha tardado en percatarse y cuando ha querido seguirlo no ha podido evitar enredarse en las piernas de Raquel, que entraba en ese momento con una bandeja de perrunillas y el café.

— Un día me caigo.
— Como el rey.
— El rey no se ha caído, cielo, ha chocado con una puerta, dice Raquel metiéndose en la cama y poniendo entre los dos la bandeja.
— No me lo creo. Toma.

Servidor le ha pasado a Raquel el periódico como quien se libra de alguna pegajosa vaina de procedencia alienígena y Raquel lo ha dejado caer al suelo sin prestarle más atención que a un par de calcetines. No es nada optimista con respecto al futuro, un servidor, y desde luego ya no se cree nada de nadie: ni de Merkel, ni de Sarkozy, ni de Rajoy, ni de Rubalcaba, ni de los americanos de arriba, ni de Vargas Llosa, ni de los bajitos, ni de Sting, ni de Moody’s, ni del rey…

— Probrecillo.
— Pobrecillo, sí. Que se venga también a los pies de la cama.
— ¡D3  350  N4D4!, grita Pangur desde el otro lado de la puerta. Tras lo cual se hace un breve silencio que servidor aprovecha para mirar a su alrededor e imaginarse el cielo más o menos así, pero librando alguna noche para poder pegarse con un pianista.

— ¿35  QU3  N0  V415  4  54L1R  D3  4H1?

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