Esperando

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La espera es lo peor, pero es lo peor porque lo es todo. Esperamos a alguien o esperamos algo, o esperamos que algo dure mucho o poco, o que regrese o no. Y desesperar es dejar al pasado esperando algo en lo que el presente ya no confía y espera olvidar pronto. Servidor esperaba ser otro, y su pasado aún lo espera con ingenuidad de perro abandonado; también el futuro, el de un servidor (pero también el presente de algunos buenos amigos), espera cambiar algún día, y ser al fin otro, menos zarandeado.

No recuerda servidor si alguna vez deseó realmente ser el tipo malhumorado y maniático que escribe esto mientras le pone pegas, a falta de hielo, a un Isle of Jura de precioso color, aroma justo y sabor algo medicinal; pero que no se lleva mal con un Fonseca número uno que (no debería) de vez en cuando moja un poquito en el dorado whisky. Quizás lo hizo, o quizás aún espera ser un viejo la suficientemente cascarrabias como para que nadie lo trate con condescendencia. A ustedes les parecerá rebuscado, o típico de alguien que lo que espera es celebridad o reconocimiento antes que cariño, pero el hombre precisa de estas construcciones para olvidar, rara, muy brevemente, que sigue esperando. El hombre espera hasta cuando duerme. El hombre espera para nacer, y luego sigue: espera en el colegio, en el trabajo, en el restaurante, en el teléfono, en el médico, en el retrete, en la cama… De hecho dormir es la forma perfecta de la espera, sobre todo si se sueña y se espera no despertar. Servidor tiene algún amigo que aún está esperando su turno para empezar a vivir la vida para la que ha estado preparándose durante años.

Y la verdad es que ya no recuerda servidor cuando se produjo el cambio, pero sí que el cambio no apacigua la espera. Incluso si nos volvemos detestables esperamos (que alguien nos ame ciegamente, por ejemplo). Claro que eso es así porque no esperamos por el hecho de que creamos en la espera, no: esperamos sin esperanza, esperamos porque es lo único que podemos y sabemos hacer en este mundo, porque es nuestra naturaleza. Y es que o esperamos algo, posible o no, o esperamos la muerte (y quizás todo eso que esperamos lo esperamos para disimular la espera de la muerte). Pero esperamos, de eso no hay duda. Y los que sean creyentes, peor: a seguir esperando también después de la muerte.

Y los que, como nosotros, esperan dejar de fumar el año entrante deberán enseguida ponerse a esperar no engordar como cerdos o no volverse aburridos o insoportables.

A veces esperamos que algo no ocurra, que al vecino no le toque la lotería, o que la música no envejezca, o que la paz no sea tan infantil, o que el tiempo no pase sin detenerse siquiera a fumarse un buen puro mirando la lluvia. Esa es otra: a partir de enero a esperar sin fumar. Qué mal. Pobre Raquel.

– ¿Y tú?
– Yo no pienso dejarlo, cielo. No lo esperes.

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