Lloricas

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Lee uno las cosas que se han puesto a decir por la derecha y se tiene que morder la lengua para no llamar lloricas a estos individuos que no hacen otra cosa que quejarse de que sus mujeres (suyas y resuyas), aún siendo las menos putas de todas, se creen, por culpa del relativismo moral populista de izquierdas, con derecho a contradecirles un día sí y otro también, cobrar más subvenciones públicas que ellos y más sueldo, confundir el decoro exigido con maltrato y, en caso de divorcio, quedarse a los hijos para educarlos en un ambiente distendido, sin la violencia pedagógica y físicamente punitiva que todo infante precisa para llegar a ser con suerte un buen español o la esposa de un buen español.

No se tiene servidor por persona especialmente lista. No es más que eso que se llama una persona de letras, o sea: un atolondrado pero leído. Y la verdad es que no se topaba con tantas tonterías desde que le leía en voz alta a su abuelo aquel ABC de los años sesenta.

Como los niños que, cuando no saben por qué están nervioso, o tristes, inventan añagazas, fantasmas y enfermedades indefinibles, inventan ellos los pretextos de su falta de bonhomía, de hombría verdadera (que es sentido de la justicia, capacidad de convivencia, sentido del deber). Ahora han encontrado un filón dedicándose a llorar junto a los otros malcriados marchitos españoles, hijitos de papá, mimaditos del régimen secular que no saben ya vivir en el mundo que crece y crece, en el mundo que cambia, en el mundo que, a contrapelo, pone en evidencia sus carencias de niño bien: culturales y de carácter.

Alguien debería de haberles explicado (a Rivera, a Casado, a Abascal) que la única diferencia consultable entre las mujeres y los hombres es que el hombre que llora por su condición de tal no es una víctima, sino un fantoche incapaz de adaptarse a una realidad incontestable: no existe un solo motivo que justifique el sometimiento de un sexo a otro. Ni uno. Por eso lloran.

Y servidor comprende que reconocer que uno ha superado la mitad de su esperanza de vida defendiendo ideas injustas y carcamales es muy duro. Por eso lloran, también, porque han vivido fuera de la razón, porque han vivido en una imposición cobarde, basada solo en la arbitraria autoridad de unos principios interesados, torcidos, y quieren que la realidad se parezca a sus delirios. Lloran por débiles, vergonzosamente débiles. Tan débiles que no pueden soportar que un hombre de verdad (lo que no son) no hace trampas ni impone sus caprichos. Un hombre de verdad, como una mujer de verdad, no asume sin crítica la lógica (aristotélica) que la tradición le regala, sino que reflexiona, escucha, aprende y se esfuerza. Sobre todo se esfuerza.

Pero ellos lloran porque no pueden matar animalitos cuando les sale de las narices, ni llamar negro al vecino que, aunque no tenga la culpa, lo es, ni llamar putas a las mujeres que les miran a los ojos, o sea: que no pueden ser españoles. Si ser español es eso que dicen, lo que están haciendo es un millón de veces peor que sonarse los mocos con la bandera, es usarla para limpiarse después de violar a una chica de cascos ligeros que andaba corriendo por el monte; sola, provocando. Es decir: que no pueden llamarle «hombría» a ser débiles, estar sometidos a sus incapacidades y gobernados por sus instintos.

Mucho montar a caballo, pero sois unos lloricas, unos cobardes y unos mimados. Y no sois lo suficientemente hombres para igualaros a las mujeres, así de fácil.

Conque esta gente, de Vox o de lo que sea, lamentan que el mundo no les pertenezca por derecho, que la ley no sea ya la ley del más fuerte y, sobre todo, que no haya una guerra para demostrarlo. Lloran como bebés atrapados en una pataleta irracional; pero son adultos; ¿son adultos, o son una vergüenza para el verdadero género masculino que ese que no sufre si le llevan la contraria. Para escucharles y hacerles caso hace falta estar muy solo en la barra de un bar, muy solo y muy tarado. ¿Nadie se va a dar cuenta de que si crecen es porque la derecha de este país no ha pasado nunca de representar al capitalismo castrense, patriarcal? La derecha desea condenarnos al fascismo. Lo único que le molesta es que los vacilones de Vox lloren más fuerte, sin disimulo, quejándose de que los pobres nos roban y las mujeres nos explotan.

Debería, ese hombre español y patriota, claramente, que lloran de miedo porque en la calle hay personas negras y/o pobres y porque su mujer le ha dado la razón a un desconocido en una tertulia de bar que debería de haber ganado no por mayoría (concepto que no baraja) sino por humillación y no quiere sentirse culpables cuando, luego, en casa, se vea obligados a darle una hostia. Deberían de confesar, de una vez, esos varoncitos caballistas y metemiedos, que lloran porque ya no asustan, porque hasta los muertos les piden cuentas, porque no son más que la última boqueada de una forma de pensar que huele a poquísimo aseo, menos cultura y ninguna gana de esforzarse en ser respetados más allá de la fuerza que sus delirios patriarcales puedan reunir en un campo de batalla tan oportunista como el electoral. Lloran porque ya no se respeta al hombre que tiene el palo en la mano. Lloran porque sin el palo no son más que una caricatura patética y ridícula de lo que un hombre, español del siglo XXI debería aspirar a ser: un ser humano ecuánime, reflexivo, responsable, solidario, curioso, sensible; o sea: fuerte como una mujer. Pero eso, ellos, leones por derecho divino, no lo entienden, y así lloran y lloran y vuelven a llorar.

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