La minifalda de Jackie Kennedy

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Se cargan a Sadam Husein mientras el planeta se va a ir a hacer puñetas no porque lo del cambio climático sea realmente serio (que sí) sino porque así conviene a la próxima estrategia de los grandes partidos «progresistas» (se acercan los diez años de la firma del Protocolo de Kioto y la política de su defensa va a tener la cobertura garantizada, sin hablar de la presión que significará para China y otros competidores emergentes). Hay quien pensará que, después de todo, ambas cosas son buenas, pero no es así. La primera es un asesinato de conveniencia, la segunda la interesada instrumentación del desastre por sus propios causantes. Y servidor, que está tranquilamente en su casa fumándose un Partagás y bebiendo Tomatin (un whisky que se destila muy cerca de Inverness, el pueblín de El hombre tranquilo (la película de John Ford) y que le han vendido en «Mantequerías Bercianas», en Ponferrada, que es su tienda favorita además de un negocio perfectamente legal) se siente casi un delincuente.

– Es que eres un delincuente, susurra Raquel con cara de sueño.
– ¿Yo?
– Si no te vas a dormir de una vez, vas a conseguir que dentro de cincuenta años no haya Suñén.

Dice eso y se vuelve a la cama.

No tiene suerte cumpliendo años un servidor. Nació con la televisión española (el mismo año que perdíamos «nuestras» últimas posesiones en Marruecos, se retiraba Rocky Marciano, le daban el Nobel a Juan Ramón Jiménez o se estrenaba la Canción del Cola Cao, entre otras cosas). A los diez servidor leía «Pumby», veía «Bonanza» y oía las críticas de los mayores a la minifalda de Jackie Kennedy cuando, de pronto, se murieron Buster Keaton, Walt Disney y Pepe Isbert cuyos aniversarios le amargaron, en lo sucesivo, los años acabados en seis, acercándole cada vez más deprisa al «hombre Fundador» (que estaba como nunca y se llamaba don Pedrito, y que sirvió de inspiración al Rompetechos de Ibáñez) y alejándole cada vez más del hombre tranquilo que (como puede deducirse fácilmente) hubiese querido ser. Y cuando llegó a los veinticinco apenas repuesto del ridículo intento de golpe de estado del señor Tejero, aunque esperanzado por el indulto del Lute, servidor lo hizo coincidiendo, sí, con la llegada a España del Guernica, pero también con el correspondiente aniversario de la «Fosforera». Compraba cerillas un servidor y la cajita le sugería celebrar su cuarto de siglo a la valenciana. Ahora le pasa cada vez que pone la televisión: «50 años». ¡Toma tomate!

Bebe Tomatin, fuma, apaga la radio un servidor. La imagen de Raquel, hace un momento, en camisa y zapatillas, le ha recordado a aquella Jackie Kennedy y su minifalda. Lo sucedido a nuestro alrededor se vuelve indistinguible de lo que nos pasa. Lo ajeno se hace experiencia, la experiencia leyenda y, como decía Oscar Wilde, «lo malo de hacerse viejo es que sigues siendo un niño». El silencio es hermoso. La noche parece consciente de que los males del mundo no van con ella. En fin, hay acontecimientos que aceptamos con gusto como compañeros de viaje, pero hay otros que preferiríamos olvidar. Y, francamente, no sabe servidor si quiere llegar a los setenta y cinco y coincidir con las celebraciones de los veinticinco años del asesinato «legal» de Sadam Husein. Es decir: definitivamente no quiere. Servidor se va a la cama, a decirle a Raquel que no quiere cumplir años; eso y que está como nunca; ella, claro.

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