La vietnamita

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No hacía demasiado frío en Magaz de Abajo, la mañana era casi una mañana de verano. No suele madrugar, servidor, pero se levantó pronto, hizó café y puso un disco: Sinfonía nº 94 «Sorpresa», en Sol mayor, de Haydn. Afuera, como repentinamente convocados al escenario, el viento y un oscurecimiento tímido y racheado parecían querer acompasarse al adagio cantabile de su primer movimiento. Empezó a caer una nieve suave. Hojeaba periódicos atrasados y pensaba en Rory, el sobrinito (nieto) americano. Según los economistas sólo por nacer ya debe 2.000 dólares. Cuando servidor nació no se hablaba de esas cosas. Los niños veníamos con un pan bajo el brazo y enseguida nos lo llenaban de choped y nos echaban a la calle. Luego nos llamaban a voces, desde las ventanas. La verdad es que vivir bajo una dictadura no es lo mismo de pequeño que de mayor. De pequeño resulta mucho más natural.

— Suñén.

Raquel acaba de levantarse y se ha quedado mirando la nieve por la ventana de la cocina. No mueve ni un músculo y parece haber olvidado lo que iba a decirme.

El Departamento de Defensa de Estados Unidos comenzó este año a organizar el Air Force Network Operations Command (Comando de Operaciones de la Fuerza Aérea en el Ciberespacio), con el fin de realizar acciones de guerra contra el terrorismo en las redes electrónicas globales. Eso significa que será sospechoso de terrorismo prácticamente cualquiera que se conecte a Internet de noche y con la luz encendida. Este es el pasado de Rory. En el de un servidor se perseguía el trajín de las vietnamitas, unas pequeñas copiadoras artesanales (un bastidor del tamaño de un folio, una tela entintada, un cliché encerado -sobre el que se mecanografiaba el texto- un rodillo) con las que se imprimían (en realidad, se serigrafiaban) a mano no sólo los panfletos u hojas volanderas, sino hasta boletines y libros enteros. A veces, con suerte, se disponía de una «ciclostil», más sofisticada, pero cuya manivela, ruidosa, monótona -aunque facilitaba muchísimo el trabajo- alertaba a los delatores poniendo en serio peligro a sus operarios. Así que la cosa tampoco ha cambiado tanto: luces encendidas en plena noche y accesibles instrumentos de reproducción mecánica siguen siendo la bestia negra de los gobiernos.

— Suñén.
— Dime cielo.
— Está nevando.

Va a ser raro el futuro: todo parece indicar que caluroso, crispado y oscuro, un lugar imperfecto y fundamentalista donde la intromisión en nuestra privacidad será legal y la conjunción entre la imaginación y la noche tan perseguida como siempre. Internet será un sótano más; aunque con vietnamitas informáticas. La crisis permanente convertirá toda esperanza en un proyecto a corto plazo. Y en Magaz de Abajo ya no nevará nunca, nunca.

– Ponte algo de abrigo, guapísima, vamos a la nieve.

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