L’État, c’est moi

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Ahora dice Rajoy que va a cumplir el mandato que le han dado los españoles. ¿A qué se referirá?, ¿a obligarnos a estudiar religión, a quitarnos la sanidad pública, a defender el esclavismo, a distribuir con manifiesta desigualdad las cargas de la crisis, a gobernar al dictado del capital, a criminalizar la discrepancia, a maquillar de nuevo las cifras de un fracaso asfíxico que ya le ha convertido en el peor presidente de la democracia? Cualquiera sabe, porque lo que dice Rajoy tiene siempre, al final, un aire enigmático que no es producto de su personal dicción, sino el obligado rechinar de una puerta perpetuamente mal cerrada, la señal de una oxidación que penetra cada vez con más fuerza en las bisagras de la culpa. También ha dicho que «el Estado de derecho no se somete a chantaje”, como si fuese Luis XIV. ¿De verdad creerá don Mariano que el Estado es él?

España ya es el cuarto país de la UE con más banqueros millonarios y el primero en número de parados. ¿Tendrán estos datos alguna relación entre sí, y ambos con la corrupción, y los tres con la catadura de nuestros políticos?

— No.
— Claro que no.
— No.

La tormenta de ayer se fue disolviendo en la noche y, durante un breve espacio de tiempo, las estrellas se han podido ver con claridad sobre Magaz de Abajo. Pangur y un servidor, despiertos por distintos motivos que no vienen a cuento, se han encontrado en el sequero, contemplándolas. Desde dentro, bajito para no despertar a Raquel, ni a la niña Martina que nos visita estos días, llega la voz también transparente de Silvia Pérez Cruz.

–Me olvidé
y repetí, entregado,
leyéndome un libro
por quinta o sexta vez
sin saber que era el mismo,
y pensando.
“¿El autor quién es?”

Servidor se está tomando un whisky que entra maravillosamente, su gato es más de licores dulces. No se mueve una hoja, si siquiera las siempre escandalosas del gran álamo, ni las asustadizas del cercanísimo pruno desde el que un pájaro, también extrañamente despierto, mira sin curiosidad a la peculiar pareja que contempla el cielo repantingada en sus hamacas.

— ¿Sabías que entre todas esas estrellas hay una, no podría encontrarla, que es más vieja que el propio universo?, pregunta Pangur haciendo una rosquilla con el humo de su Flor de las Antillas Toro.
— No te creo, responde servidor haciendo lo mismo con el suyo.
— Te lo juro, lo he leído. Y también que antiguamente en Marte todo el monte era orégano.
— Eso ya no sé…
— …
— …
— ¿Qué piensas?
— Que el Estado soy yo.

Servidor está casi seguro de que don Mariano no ha querido insinuar que sea él la encarnación del absolutismo moderno, pero la frase debería pasar a engrosar esa larga lista de pretextos y explicaciones que, desde el todo falso menos alguna cosa, del propio Rajoy, y pasando por el finiquito diferido de Bárcenas según la poética Cospedal, hasta aquello de Beatriz Escudero de que en España sólo abortan las tontas, nos han ido sumiendo a unos, los de la cáscara amarga, en la zozobra de no ser nadie y a otros, los de buena voluntad, en un estado de arrobado credo quia absurdum que amenaza con dejarles cara de bobo para siempre jamás. Ocupados como estamos los de izquierdas en disimular nuestra falta de sustancia, pensamos poco en lo mal que lo pasan los votantes del PP (los humildes, esos que dejan de comer antes que deber la hipoteca) viéndose obligados un día sí y otro también a comulgar con ruedas de molino. No nos merecemos esto. Definitivamente no nos lo merecemos; aunque tengamos memoria de pez.

Ni el Tomatin de un servidor ni el Amarula de Pangur, de los que ya han caído un par de vasos por barba, si no alguno más, evitan que se note el frío que precede al amanecer. El cielo está volviendo a ponerse, lentamente, perezosamente, su habitual deshabillé matutina. Parece una buena idea intentar retomar el sueño.

— Adiós. Me voy a dormir un rato.
— Y yo, y yo. Buenas noches.
— Buenas noches, repite una vocecita desde lo oscuro del pruno, provocando un estremecimiento general, aunque tímido, de hojas invisibles.

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