Lo peor que le puede pasar a un mejillón

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Invadir la economía, habitualmente relegada a sus herméticas y prescindibles páginas, la práctica totalidad de los periódicos y aparecer los primeros mejillones hermafroditas ha sido todo uno. No sé si es lo peor que le puede pasar a un mejillón, pero constata lo que los seres humanos hemos sospechado siempre: que todo está relacionado y las desgracias nunca vienen solas. Así es: a los factores desestabilizadores del mercado se le suman ahora los disruptores endocrinos y ya no hay modo de saber una cosa antaño tan simple como si el mejillón que nos comemos es macho o es hembra.

– Pangur, ¿éste es mejillón o mejillona?
– Fácil. Es mejillón: la hembra tiene la vianda más coloradita.
– Gracias.
– ¿Me lo das…?
– No.

Resulta que Mytilus galloprovincialis se vuelve hermafrodita por culpa de los restos de cremas rejuvenecedoras y otros cosméticos de uso doméstico que, más pronto que tarde, acaban llegando al mar. No es broma y, bien pensado, es lo mismo que les ha ocurrido y les ha de ocurrir a algunas sociedades inversoras y bancas devenidas, por culpa del maquillaje financiero, en bancos corrientes y molientes.

Y si la mismísima economía ha propiciado estos sorprendentes cambios de sexo por obra y gracia de una cosmética derrochona, ¿por qué los bancos de mejillones no iban a volverse hermafroditas?

(¿Será eso la banca mixta?)

De una forma u otra convendría sugerir a los señores economistas que apaguen la tele (para acabar así con cualquier crisis) y se fijen menos en los índices bursátiles y más en los mejillones. Ser objeto de los estudios de los expertos no es lo peor que le puede pasar a un mejillón, ni siquiera volverse hermafrodita (algo que también le está pasando a McCaine, me parece). Lo peor es con diferencia que lo aliñen con mojo de cilantro.

– O que lo empareden, digo… que lo empanen.
– A ti te voy a empanar yo…

Pangur me interrumpe porque quiere que le deje el ordenador para confirmar su asistencia al fusilamiento virtual de Ramoncín. Está como una cabra. Y más si se cree que voy a acompañarle a semejante disparate en plena crisis mejillonera y de la otra. ¿Qué será lo próximo?: ¿dejar de ser bivalvos para volverse bisolbes?, ¿defender los matrimonios unipersonales?, ¿entregarnos como locos a la tecno-cosmética y tatuarnos en el pecho a José Tomás?, ¿ambas cosas?, ¿linchar al sommelier por escoger mal el vino para nuestro bocata de Mytilus galloprovincialis?, ¿leer a Ruiz Zafón?, ¿comernos el colorete?

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