Menos Madrid

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Se habla mucho de esa cosa llamada Más Madrid y se busca, con una mezcla de chispeante oportunismo e incoherencia fluida importarla a cualquier parte donde la izquierda emocional se sienta tan insegura como para necesitar modelos de compromiso ideológico más laxo que largo.

Seguramente es una buena idea… para Madrid. Pero «más Madrid», aquí, significa menos «aquí».

Me explico…

Cualquiera de esos países ejemplares generalmente situados al norte de Europa invierten un 40% de su presupuesto total en los gastos del gobierno propiamente dicho (central) y dejan que un 60% se distribuya a las corporaciones locales. En el nuestro, singular por tantos motivos, ese porcentaje se invierte y es el 60% el montante que se reserva el Estado para sus cosas y el 40% el que se distribuye a una periferia tan precedida de administraciones intermedias que a las corporaciones locales no les llega más que un 17% de lo recaudado (de media claro, porque a Madrid llega más).

Defender que menos estado, menos autonomía, menos capitalidades y más pueblos (en lo que al reparto de los dineros se refiere, que conste, porque el concepto no se discute) es barrer para el lado de los vecinos que vienen siendo los vencidos desde hace ya más tiempo del que tarda uno en morirse por culpa de que hay reflexiones de orden superior que nadie necesita hacerse para gobernar cuatro añitos.

Lo que necesitamos, por ejemplo, en Camponaraya, es menos Madrid y más dinero, menos Ponferrada y mejores comunicaciones. Y en Magaz de Abajo… pues en Magaz de Abajo necesitamos menos Camponaraya; exactamente igual que Ponferrada necesita menos León y, seguramente, León menos Valladolid, etc…

Por eso mis simpatías en las elecciones Municipales (porque en las otras hay que pensar si algún partido está dispuesto a revisar esos porcentajes de los que les hablaba al comienzo de estas líneas, y también en que los golfos apandadores no se hagan con la gerencia general de nuevo) se van a inclinar hacia aquellas fuerzas que declaren alto y claro su filiación municipalista. Lo demás es defender que el bien común es sacrificarse para que fuera de casa se pueda vivir mejor que dentro.

Yo deseo que en casa, propios y extraños vivan, por lo menos, como en Madrid.

¿No se preguntan, a veces, por qué siempre el aspirante a prócer se propone recuperar ‘el espíritu’ de la cosa, y no la cosa en sí? Los espíritus, hasta donde yo sé, son una excrecencia de los cadáveres. Está dicho.

Menos visión global es más visión de futuro. No hay ningún sistema que funcione en detrimento de sus partes.

Menos Madrid y más, más reflexión sobre nuestras verdaderas necesidades y posibilidades. Menos «¡hagamos de Ponferrada una ciudad del siglo XXI!» y más «¡Hagamos del Bierzo una comarca capaz de resistirse a ser esquilmada, sometida y arrasada de nuevo, por los de siempre, por la imprevisora ambición medieval de quienes viven (entre nosotros, quizás) de la devastación.

En realidad se trata, sencillamente, de reclamar la gestión de lo propio y, también, de blindar lo propio ante el permanente bombardeo retórico de los intereses particulares, siempre dispuestos a convertir cualquier desacuerdo en que no amamos a España porque no hacemos esto o lo otro o porque no comulgamos con ese fanatismo vertical que dice que Madrid es modelo y regencia de algo que nos afecta, de algo por lo que, permanentemente, constantemente, incansablemente, debemos sacrificarnos.

Es importante saber a quién votamos, pero es igualmente importante saber desde dónde votamos, qué importancia nos otorgamos a nosotros mismos. Hablo de las elecciones municipales, porque creo que es por ahí por donde comienza cualquier cambio. También creo que la izquierda nos debe una alternativa unificada en ese territorio que es el que frecuentamos todos los días de nuestra vida. Creo, estoy seguro, de que el juego de tronos de quienes quieren hacer valer su derecho al liderazgo no es más que miedo a la disolución personal en la necesidad popular y que, por tanto, no merece ni consideración ni respeto. Creo, incluso, que haríamos bien castigando la falta de esfuerzo en un acuerdo que la historia echará de menos si no llega a producirse. Creo en suma que debemos, otra vez, demostrar que no somos los votantes los que se equivocan; ojo: ni en su elección ni en su apatía.

Pero…

A veces la diferencia no es el motivo de la confusión, sino condición de su análisis, es decir: no existe fuera del análisis de un hecho que se produce más allá de toda lógica política, que se produce a partir de dirigismos silentes o ambiciones sordas. Nuestro futuro se puede manejar desde lo pequeño. La aspiración al control total es la condena al descontrol total. La libertad es pequeña, la libertad no es de mármol, ni una cosa gigante o amenazadora, ni tiene el monopolio de la violencia ni es la diosa del Estado. Es pequeña, es frágil y vive entre nosotros, juega en un parque público con la tranquilidad de cualquier niña que ya hizo sus deberes. Los hizo, no los izó. Otros sí, izan sus velas hacia paraísos fiscales haciéndolas pasar por legítimas banderas, banderas…

De eso viven. Tú tocas tierra, la cuidas…

Claro que ustedes pueden dudar si el que suscribe habla para ocultar alguna estrategia particular o para disimular su diletancia. El que suscribe, en cualquier caso, recuerda bien que la nueva política comenzó en la diletancia antes de extraviarse en el arte de una guerra profesional que nos acerca a nuestras aspiraciones a una velocidad sospechosamente lenta y cada vez más atascada en promesas. ¿Consiguió más fuera que dentro?

(Es una pena verificar, hablando con unos y con otros, que la discusión sigue centrándose en desavenencias propias de una visión de la historia que no es capaz de trascender la mezquindad, que las diferencias o las sutilezas programáticas son eclipsadas por desacuerdos íntimos hasta la obscenidad).

En el camino, ¿vamos a trasladar una conversación sobre los vientre de alquiler o sobre la independencia de Cataluña a la gestión de nuestro municipio? ¿Vamos realmente a dejar de escuchar el sentir de nuestros vecinos con respecto a su día a día para dar oídos a un discurso que excede a las capacidades de cualquier regidor?

Por eso cree (quiere creer) quien suscribe, que las verdadera elecciones se van a resolver en los municipios, y que se van a resolver con menos Madrid, e incluso con menos Ponferrada, y con más Camponaraya o Bembibre o Toreno, y que dará lo mismo lo que haya pasado en España o en Europa si desde abajo somos capaces de dejarnos ver, de volvernos tan reales como esos que salen en los papeles, pero más numerosos.

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