Y por fin un topo

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Los nuevos bonsáis son una carmona y un arce, salvados del escaparate en el que amenazaban con crecer hasta salirse del tiesto, también un avellano; pero éste lo ha transplantado servidor cortando un toconcito que rebrotaba bajo uno del jardín. Si sale bueno será una especie de bosquecillo. En otra maceta: un cerezo, un madroño y un grupo de cuatro adelfas. Raquel dice que a esa deberíamos ponerle piscina y riego por aspersión. ¿Habrá topillos bonsaí?

– Hijo, estás obsesionado con los topillos.
– Y quién no, Raquel. Mira el CNI.

A lo mejor la plaga de topillos leoneses no es más que una maniobra de distracción del KGB para facilitar la huida del verdadero topo: el señor don Roberto Flórez, del que sólo sabemos que es un super ex: ex espía, ex sargento de la Guardia Civil y muy probablemente ex esposo (todo el mundo sabe que el índice de separaciones entre espías desenmascarados es altísima, y al tal R.F. ya le había echado el ojo el PSOE hace siete años). Pues que se fastidien, porque le hemos pillado; aunque la verdad es que descubrir que a los españoles también nos espían, y que tenemos agentes dobles y todo, hace ilusión, halaga incluso. Después de todo es una cosa que le da lustre al país. Seguro que a los andorranos no les espían ni los inspectores de Hacienda. Claro que ahora necesitamos nuevos agentes, porque a los viejos los delató el topo Flórez en plan alacrán cebollero.

– Yo podría ser espía, un agente doble berciano-madrileño.. por ejemplo.
– Y criar bonsáis, dice Raquel. – Muy Le Carré.
– Sí. Vestiría de pana y gorra madrileña.
– Gorra de camuflaje, claro, matiza Raquel con sarcasmo.
– No, mujer, así te pillan enseguida. Una desenfadada pero sin estridencias, de rentista. Los espías tienen mucho tiempo libre.
– ¡Ah…! ¿Y qué harías?
– Pues ir con Cato al casino y filtrar a Zapatero los nombres de los autonomistas…
– Si vienen en el periódico.
– Pues por eso.

Seguíamos charlando del nuevo y fascinante futuro de servidor cuando sonó el tono de texto del móvil: «El pollo ha llegado», decía el misterioso y lacónico mensaje…

– Raquel, que lee por encima de mi hombro según voy escribiendo, me zarandea.
– Es para darle interés, protesto.
– Vale – Voy a ponerme un café. ¿Quieres uno «misterioso y lacónico» espía?
– Con hielo, please, acepta el espía poniendo cara de que se me ha caído el monóculo.

El mensaje era de Valeria, la madre de Lucas, para decir que ya había llegado a Madrid (aquí no hay cobertura, así que los mensajes llegan cuando quieren). Quizás a finales de agosto vuelva con doña Mari. A Cato le encantaría: el pobre lleva buscándolo desde ayer con una piedra en la boca, es como su amo adoptivo (el de verdad es Rubén, al que también estuvo buscando con la piedra en la boca hasta que llegó Lucas).

– ¿Sabes lo que te digo? Que deberías ponerte a escribir tu libro de poemas, ahora que tienes tiempo.
– ¡Estupenda idea, Raquel! – Sería la coartada ideal para mi ociosa excentricidad británica.
– No tienes arreglo.

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