Yo, ¿soy español?

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A veces duda servidor sobre sus verdaderos orígenes porque no deja nunca de sorprenderle su supuesto congénere el español medio; no por su existencia, a la que se ha acostumbrado (a la fuerza ahorcan) como a la asimetría de las nubes o a usar corbata el domingo, sino por su tesón en la cazurrería, por su empecinamiento en la ceguera de hacerse gobernar por su peor enemigo, por quien le roba, le vende, le envenena y le humilla negando su valía laboral, su diversidad cultural, su pluralidad de metas y su necesidad de caminos. Que la gente malvada existe es más que evidente, por cierto, y salvo algunos pocos casos debidos a desequilibrios psicológicos graves, su maldad no es más que una necesidad de su ambición; pero que haya quien la comprenda y la aliente no por recibir a cambio algunas migajas (lo que lo ascendería de inmediato al grado de «colaborador necesario») sino por ciega fidelidad, tradición servil o miedo a la novedad es, se mire como se mire, una anomalía del raciocinio. No hace ni un par de días que hablaba servidor con uno de los pocos amigos que necesita tener sobre eso: el hecho absurdo de que, en este país, cambiar el voto se considere prácticamente una traición digna de guillotina. Precisamente nuestra capacidad de elección se demuestra a través de la habilidad de distinguir entre un argumento y una orden y porque, si nos place, podemos seguir el hilo del argumento mejor probado hasta mudar de opinión, lo que (en otros paises) se considera propio de sabios y (desde que el mundo es mundo) algo que quizás el gato de un servidor, enfrascado en el momento en que servidor escribe estas líneas en la lectura de Llegar a la cima y seguir subiendo, de Jorge Bucay, no necesite para sobrevivir (y el votante del PP tampoco) pero sí el ser humano para no dejar de serlo.

Carecemos, lamentablemente, de formación científica como de mente lógica, por culpa de una educación gestionada por imbéciles y, en consecuencia, hacemos cosas raras tales como posicionarnos de inmediato de un lado u otro al dictado de los papeles y odiar, eternamente, al circunstancial contrario que toque, pero nos consideramos revolucionarios porque escuchamos canciones de Violeta Parra, usamos complementos de cuero pintado a mano y tenemos en la pared un póster de una mujer en camisón mirando el anochecer, a cuyos pies se lee una de esas frases que derrotaría al mejor de los programas de inteligencia artificial que llegásemos a programar jamás: «Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad». ¿Les parece que servidor exagera? Pues pensaba añadir que enviaríamos a Iker Jiménez a recibir a los marcianos (si viniesen a España, lo cual le extrañaría muchísimo a un servidor) en calidad de experto ufólogo sin advertir que lo que sabe sobre la vida extraterrestre quien cree en platillos volantes es básicamente nada o, desde luego, infinítamente menos que el científico dispuesto a ponerla en duda.

La capacidad de poner en duda lo que creemos saber (e incluso ser) es lo que nos hace sabios. Pero como servidor sospecha que el ejemplo de Iker Jiménez les ha parecido a algunos un poco agarrado por los pelos, y que el del Toro de la Vega (otra rareza sobre la que tenía pensado opinar) les va a parecer a otros políticamente inoportuno ahora que «Elegido» (que así se llama este año el animalito) está en capilla, va a añadir a su lista un par de ellos más en defensa de su ataque contra la evidente falta de capacidad crítica de ese colectivo singular al que viene llamando español y que se compone de un indeterminado aunque abundantísimo número de hombres y mujeres incapaces de preguntarse por qué Estados Unidos lleva décadas empezando guerras que no termina, pero dispuestos a llamarle a uno insensible ignorante por no «compartir» en Facebook una de esas notas que aseguran que morirá un gatito si no lo haces.

¿Les parece normal que el ministro de Defensa, Pedro Morenés, no sólo haya trabajado en el ramo de la venta de armas sino que defienda vendérselas a países que no respetan los derechos humanos con el peregrino argumento de que «nada es perfecto en política»?, ¿que Isabel García Tejerina, ex alto cargo de una empresa condenada por contaminación, sea quien dictamine sobre el Cementerio Nuclear de Cuenca?, ¿que se contraten empresas conocidas por su vinculación con la ultraderecha para realizar trabajos de vigilancia y seguridad de instalaciones públicas?, ¿y que sea Farruquito (condenado por atropello y fuga) quien promueva en carteles publicitarios el uso del transporte público durante la Bienal de flamenco de Sevilla? Son decisiones que poseen una cierta lógica de fondo, sí, pero tan perversa como seguir vistiendo a las niñas de novia y a los niños de marinero para que hagan su primera comunión, viendo cómo está el clero. Y, lo que es más importante (y cambiando de tema sólo lo imprescindible) ¿no es una tontería como una casa apelar al uso de razón para abrazar ciegamente una creencia? Pues eso es lo que nos pasa, que creemos que no elegir es una elección, que tenemos derecho a no tener derechos, que votar a un partido distinto al de toda la vida es de chaqueteros, o que no permitir que abusen de nosotros es comunismo. El día menos pensado alguien nos convencerá de que la única burbuja que no pincha nunca es la del armamento, y de que esa es la razón por la que odiar es bueno para la economía.

– A ti lo que te pasa es que prefieres el desorden a la injusticia. Yo, como aquél, prefiero la injusticia al desorden, sentencia Pangur que, ya lo saben, es anarquista monárquico, igual que todos los gatos.
– La injusticia es desorden, Pangur. Y Goethe dijo esa frase para explicar su intervención a favor de un delincuente al que la muchedumbre pretendía linchar en…
– ¿Goethe? !A mi no me hables en alemán¡ ¿Acaso te he hablado yo a ti en alemán, eh?, ¿eh?

En fin, que de lo del robo generalizado, el rescate bancario, la sanidad, la educación, la vivienda y el empleo, los españoles no hablamos con los españoles porque todo eso es preferible para algunos a que gobiernen los rojos (¡los rojos!). Ya lo saben: si no quieren ser acusados de antisistema no intenten ganar legítimamente unas elecciones, a ser posible sean alemanes o venezolanos. Ah! y no dejen de compartir este artículo, no vaya a ser que por no hacerlo acaben muriendo de una forma horrible.

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